Un poco de historia. Hacia el siglo XV, un grupo de humanistas –entre ellos, Lorenzo Valla– decidió “purificar” el latín, que había cambiado mucho desde su apogeo en la época de Augusto hasta la Baja Edad Media. Se decía que había que restaurar el latín clásico, que era intolerable que en las escuelas se lo hablase tan degradado (por ejemplo, de decir MIHI -a mí, para mí- se había pasado progresivamente a decir “michi”). ¿Resultado? Es a partir del Renacimiento cuando al latín debemos considerarlo una lengua muerta, esto fue lo que pasó: prohibiendo su natural transformación, volviéndolo rígido, el latín se fue transformando en algo arcaico y que difícilmente expresaba lo que el escritor quería decir. Poco a poco, las lenguas “vulgares” (entre ellas, el español) fueron ganando terreno y el latín lo fue perdiendo. Muchos años después, en 1916, se publica el Curso de Lingüística General, dictado por Ferdinand de Saussure. La lengua, dirá Saussure, está sometida a la masa parlante, ninguno la puede controlar por sí solo. Por ello, el signo lingüístico se caracteriza por ser mutable e inmutable al mismo tiempo. ¿Por qué esta paradoja? Por un lado, la lengua nos llega como herencia de una época anterior. El signo es arbitrario, nada en el objeto “lápiz”, por ejemplo, hace que lo llamemos así, salvo una convención aceptada por todos. Por lo tanto es preciso que acatemos esa convención y mantengamos el sistema tal como nos llega. Por eso Saussure dice que la lengua es inmutable. Pero, a la vez, la continuidad del signo en el tiempo hace que éste padezca alteraciones como producto de esta misma continuidad: las necesidades comunicativas de las sociedades cambian a lo largo de las épocas. Debido a esto el latín progresivamente había ido evolucionando, hasta que los humanistas lo “fijaron”, dejando de ser, entonces, funcional a la necesidad que una lengua debe satisfacer, o sea, la comunicación humana. ¿Qué está sucediendo con el español? Hoy se habla de una degradación de la lengua, entendiéndose por esto que muchas palabras se pierden para ser reemplazadas por “equivalentes” en inglés. Pero hay que considerar hasta qué punto esta degradación no es sino una transformación natural de la lengua, debido a las necesidades nuevas que tiene que satisfacer desde hace unos pocos años. Internet. Éste es el primer medio de comunicación efectivamente global, unificador de fronteras entre todos los países del mundo. Nunca antes existió algo así: pensemos que si bien siempre existieron los viajes, los intérpretes, las traducciones, los encuentros entre personas de distintos países nunca se dieron, como ahora, varias veces al día, todos los días y en cualquier parte del mundo. Antes eran unos pocos los viajeros, los intérpretes, los traductores. Y la tendencia es que hoy en día los usuarios de Internet seamos una franja cada vez más grande de la población mundial. Las distancias desaparecen una vez que se entra en el universo virtual. Hoy se puede hablar a la vez con alguien de Surinam, otro de Chipre y otro de Eslovenia de lo que está sucediendo en este mismo momento. Y es una comunicación sin jerarquías, ya que en Internet todos podemos ser emisores y receptores alternadamente. No como en medios tradicionales -libros, diarios, radio, televisión- donde uno no puede transmitir con la misma facilidad que recibe. El teléfono también comunica en tiempo real y sin jerarquías, pero tiene la desventaja con respecto a Internet de que normalmente sólo involucra a dos personas a la vez. Siendo un medio universal, también las fronteras entre los idiomas se diluyen cuando de Internet se trata. En este caso en particular, es lógico que algunos vocablos se universalicen: que e-mail sea e-mail para todos, que Internet siga siendo Internet, que este sitio sea un E-magazine, y no una “revista-E”. Ya que son vocablos que usamos para la comunicación con el mundo, es bueno que todos los llamemos de la misma manera. Eso sí, estas palabras tienen el sello estadounidense. No es una novedad que la lengua sea un (el) instrumento de poder, recuérdense los antiguos romanos y la latinización de los pueblos bárbaros. Lamentablemente, en nuestro mundo globalizado, EEUU nos domina cultural y económicamente. Es inevitable, por lo tanto, que su idioma sea un medio más a través del cual ejerza su presión. El inglés, índice de status. Tal vez no sea tan grave decir “webear”, a falta de un término más exacto en nuestra lengua (más sencillo que “navegar por la red”, que además se presta a confundirse con una expresión náutica). Lo terrible es que esta presión se ejerza en la comunicación día a día. ¿Qué necesidad hay de decir “gym”, “shopping”, “sale”, “co-worker”? ¿No contamos con las palabras “gimnasio”, “centro comercial”, “oferta”, “colega”? ¿No suena ridículo escuchar la palabra “item” (de origen latino, por cierto), pronunciada “aitem”? Es ésta la verdadera degradación del español, son estas pérdidas las que debemos evitar. Las personas, cada vez más, que utilizan el inglés como señal de status, que hablan con palabras anglosajonas para darse tono, ésas son las que perjudican más al español. Es cierto que el inglés, en cierto modo, se ha convertido en el latín de hoy. Quien no lo comprende, queda afuera. De esta manera se ha impuesto como un indicador de status. A los jóvenes de hoy en día nos resulta cada vez más difícil acceder a un buen puesto de trabajo sin un considerable nivel de inglés. Los sectores sociales con menos acceso a educación son quienes se quedan sin saberlo, también lógicamente son quienes menos acceso tienen a Internet. De esta manera, el inglés está contribuyendo a separar aún más la sociedad de nuestros países de América Latina en dos sectores muy marcados. Al menos, funciona como un claro índice de la lamentable brecha existente entre ricos y pobres. Curiosamente, mientras tanto, en EEUU se está dando la situación inversa: allí el español ha pasado a ser la segunda lengua en importancia. Como lentamente los latinos se han ido abriendo camino y su porcentaje en la población total del país está en aumento, se dan fenómenos tales como que un candidato a la presidencia deba pronunciar en su discurso algunas frases en una entrecortada lengua de Cervantes. Que no nos extrañe, entonces, que dentro de unos años, el español renazca, más prestigioso que nunca, cuando lo dictamine el águila. Lo que no quiero ni imaginarme es qué clase de español puede resultar de esa mezcla… ¿Qué podemos hacer nosotros? Primero, debemos fortalecer al español dándole peso en la educación (la de todos los sectores sociales). Así como el inglés es un índice de exclusión, que el español lo sea de inclusión. El inglés es la lengua que nos comunica con el mundo, el español es la lengua que nos hermana. Segundo, es ridículo que rechacemos al inglés. De hecho, es inevitable que se lo utilice para comunicarse con el resto del mundo. Pero debemos considerarlo sólo como un instrumento de trabajo, no como un signo de status. Reservemos el inglés para adentro de la oficina. En realidad hay muchísimos empleos para los cuales no es imprescindible hablar inglés. Fomentemos que no sea obligatorio, que todos podamos trabajar, también quienes no tuvieron tiempo, oportunidades o bien voluntad de aprender una lengua que no es la propia. Sí debemos, por el contrario, revalorizar socialmente el hablar un buen español, debemos cultivarlo en nuestros niños desde que aprenden sus primeras palabras. Pero tampoco nos pongamos puristas. El inglés es una lengua más sencilla que el español: abunda en monosílabos y tiene una gramática mucho menos compleja. No podemos evitar que resulte más fácil e inequívoco hablar de “chat”, “mouse”, “PC”. Imaginemos que si los hispanohablantes nos ponemos a traducir los términos de Internet, no hay ninguna razón para que los franceses, los italianos, los africanos, los orientales, no hagan lo mismo. De esa manera, la Red que hasta ahora nos comunica, pasaría a diversificarse mucho. Si bien es cierto que Internet tiene hoy una gran mayoría de sitios estadounidenses, los otros países estamos ocupando cada vez más lugar. Es bueno que ciertos códigos, en este caso palabras en inevitable inglés, se mantengan para facilitar la comunicación internacional. Recordemos que la lengua, cualquier lengua, debe ser ante todo la manera de hacerse entender por otros seres humanos. Para que nuestro español continúe siendo una lengua viva, es imprescindible que aceptemos sus transformaciones. Finalmente, es el idioma el que tiene que estar a nuestro servicio, y no nosotros al servicio del idioma.
(Este artículo fue publicado en la e-magazine "Cosas de hombre/cosas de mujer", en diciembre de 2004)